Hoy es mi noche, me lo he dicho.
Me sirvo mi copita de vino y pongo Mágico a todo trapo para empezar a prepararme a salir a bailar Kizomba. Mientras me estoy vistiendo, me miro al espejo y me veo muy guapa.
“Hoy tengo muchas ganas de bailar Kizomba.”
Llego al sitio de siempre, saludo a mis amigos y a gente conocida y bailo un rato con un par de chicos.
De repente, llega él: un chico muy atractivo, de complexión fuerte y camiseta ajustada, que viene hacia mí sonriendo y me pide bailar. Después de mirar a los lados me doy cuenta de que sí que se refiere a mí. Yo, le saco mi mejor sonrisa, y le digo que sí, dejándome llevar hasta la pista de baile donde me abrazo a él y me doy cuenta de que huele a esa colonia que me vuelve loca…
“Esto no podía haber empezado mejor…”
En este momento comienza lo que podría describir como una experiencia-religiosa-kizombera que intentaré describir con palabras pese a lo difícil que supone: el chico empieza a hacer un básico súper exagerado, demasiado marcado, lo cual me incomoda un poco pero continúo siguiéndole a ver qué me deparan los próximos minutos.
De repente, justo cuando la batida para y llega la parte lenta, yo me espero a bailar una tarraxa espectacular. Pero llega él, abre el abrazo, «me saca» y se pone a hacer figuritas… Lo hace de forma tan brusca que creo que voy a acabar en Urgencias del Hospital La Paz operándome para un transplante de cadera, porque la que tengo tiene pinta de acabar desencajada.
Veo que estamos bailando como en 9 metros cuadrados (casi un cuarto de lo que es la pista entera de baile), con los consecuentes choques y golpes a los demás bailarines que nos empiezan a lanzar miradas de odio que intento contrarrestar con una mirada (mezcla entre perdón y miedo de “lo siento, no sé qué está pasando” y “¡por favor, sálvame!, ¡tengo miedo a morir!”).
En uno de los miles de movimientos que no consigo hacer porque no me los marca, me dice “oye, tú no llevas mucho bailando ¿no?” a lo que los 5 años de sociales y clases a mis espaldas, un poco de humildad kizombera y alguien dentro de mí que me está diciendo “¡para, que me bajo de la vida!” le dicen “bueno, un poquillo…” sin querer entrar más al trapo.
Mis pelos vuelan al viento debido a la velocidad con la que me está llevando.
De bailar conforme a la música ya se olvidó hace unos cuantos ochos y parece que el diablo de Tasmania le ha poseído hace unos instantes.
En una de esas bandadas, le piso a una chica con el consecuente grito de ella. Yo quiero pararme para pedirle perdón pero el abrazo de mi pareja de baile (que parece uno de esos mecanismos de la montaña rusa para que no salgas despedido), no me deja casi ni mover el cuello de lo rígida que me lleva.
Tras el quinto o sexto golpe que nos damos con una pareja el chico me dice “oye, aquí la gente no sabe bailar muy bien ¿no?, están todo el rato dándonos”. Yo, aprovechando el comentario, pienso “esta es la mía” y le digo en un amago por apaciguar a la fiera “bueno, igual si diéramos los pasos más pequeñitos no nos chocaríamos con tanta gente…”. El crack ni contesta, no sé si es que no lo ha escuchado, le da igual o que está tan concentrado en su baile que no me ha hecho ni caso.
De repente, la batida para, y él reduce la velocidad de crucero y se queda bailando en el sitio. Yo doy gracias a C4 Pedro por esta oda a la musicalidad que ha tenido a bien el muchacho y entonces, comienza lo que podríamos denominar como “el movimiento de lavandera”. Igual que hacía la lavandera que teníamos en el belén al lado del río, pues eso mismo comienza hacer en mi espalda esperando que me mueva no sé muy bien cómo, porque mi cuerpo no entiende nada y ya empieza a haber partes de él que se están entumeciendo…
Tras un ligero “amase” de mis riñones, el DJ cambia a Semba y mi Patrick Swayze, agradeciéndome el baile, me da dos besos para ir a por su siguiente víctima… Yo, con una sonrisa más forzada que en las comidas con tus suegros, le doy las gracias y lanzo un suspiro al aire, porque no quiero imaginarme cómo podrá ser una Semba con este hombre.
Tras esta experiencia religiosa que me deja noqueada para el resto de la noche y que me permite bailar con tres personas más, vuelvo a casa buscando hora con el fisioterapeuta para la semana que viene y con una aventura más que este gran mundo kizombero me ha regalado.
Saludos Kizomberos,
Kizombadicta
*Fotografía sacada de Sedução – Kizomba Night – One Year Anniversary – Kizomba Mix
Antía
Jajaja, tal cuál la vida misma. Estoy segura que esto es un caso real. Yo ahora no recuerdo ninguno en concreto pero si que me ha pasado de bailar con chicos así. Y lo de escuchar la frase de: «llevas poco bailando, ¿no?». Y yo con una especie de sonrisa le contesto un: «bueno, 3 años». Y entonces veo sus caras de sorpresa. Evidentemente como vamos a bailar bien si en vez de un brazo parecen cadenas alrededor de nuestro cuerpo. Y lo de que te «amasen» la espalda es de lo peor. Pero me he reído mucho con tu artículo y quería comentarte y animarte a que cuentes más anécdotas. Saludos de una kizombera gallega.
admin
Gracias Antía por tus palabras de ánimo, seguiremos contando más anécdotas y aventuras 😉